Composición en blanco y negro, c.1964

En un paisaje oscuro y retorcido, me desperté y tropecé hacia adelante, mis pasos eran inestables y erráticos. El cielo sobre mi era un vórtice arremolinado de negro y gris, y los relámpagos golpeaban el suelo a su alrededor con un rugido ensordecedor.

Pintura sin titulo, 1964
Pintura sin titulo
C. 1964. Coleccion Fernando Baez.

Mientras continuaba tropezando hacia adelante, el paisaje a mi alrededor comenzó a moverse y cambiar. El suelo bajo mis pies se convirtió en arenas movedizas y me succionó hacia un abismo oscuro y cavernoso. Los árboles a mi alrededor crecieron nudosos y retorcidos, sus ramas se extendían como manos apremiantes para agarrarme.

Con cada momento que pasaba, mis movimientos se volvían más y más frenéticos. Arañé mi propia piel, arrancándola para revelar músculos y huesos retorcidos y palpitantes. Grité y enfurecí a la oscuridad que me rodeaba, mis propias palabras se torcieron y distorsionaron en un galimatías incomprensible.

A medida que descendía más a la locura, mi entorno se volvió más y más surrealista. El tejido mismo de la realidad parecía deformarse y torcerse, formando formas y patrones imposibles. Estaba rodeado por un torbellino de formas retorciéndose y retorciéndose, cada una más grotesca y retorcida que la anterior.

Y, sin embargo, incluso en medio de la locura, se podía encontrar una extraña belleza. Los colores y las formas del mundo que me rodea parecen mezclarse y fusionarse, formando un extraño e inquietante tapiz de sensaciones.

Finalmente, cuando me derrumbé en el suelo, retorciéndose de dolor, la oscuridad a mi alrededor pareció disiparse, revelando una luz suave y apacible. Y en esa luz, encontré un momento de paz, un breve respiro de mi interminable descenso a la locura.

Mi interminable descenso a la locura, un cuento inspirado por esta obra de Clara Ledesma, c. 1964.