Dos mujeres

En un mundo de ensueño, el cielo estaba lleno de un caleidoscopio de mariposas revoloteando de todas las formas y colores imaginables. Sus alas brillaban bajo la luz de las lunas, creando un espectáculo hipnótico en constante cambio. Las lunas, cada una de diferente tamaño y tonalidad, colgaban bajas en el cielo, arrojando un brillo suave y sobrenatural sobre el paisaje. Los árboles del lugar parecían mecidos por una suave brisa invisible, sus hojas tintineando como si estuvieran hechas de cristal.

Dos mujeres, 1985
Dos mujeres
C. 1985. Coleccion Fernando Baez.

En medio de esta escena surrealista, aparecieron dos mujeres, emergiendo de una espesa neblina plateada que se disipaba lentamente. Eran idénticas en todos los sentidos: la misma altura, las mismas facciones, el mismo vestido de seda etérea que fluía y ondulaba con cada movimiento. Pero había algo diferente en las dos mujeres. Una parecía irradiar un aura de calma y serenidad, su rostro sereno y sus ojos llenos de sabiduría y comprensión. La otra estaba llena de energía y pasión salvajes, sus ojos ardían con fuego y sus labios se curvaban en una sonrisa desafiante.

Mientras se movían por el paisaje, las mariposas parecían separarse a su alrededor, sus alas creando un halo brillante alrededor de las mujeres. Bailaron y dieron vueltas por el aire, sus movimientos imitando los patrones de las mariposas, tan ligeros y gráciles como si estuvieran suspendidas en el aire. Los colores de las alas de las mariposas se reflejaban en los vestidos de las mujeres, creando un efecto arcoíris de tonalidades cambiantes.

A veces, las dos mujeres se fusionaban, convirtiéndose en un solo ser, solo para separarse nuevamente, cada una asumiendo las características de la otra. Sus risas llenaban el aire, mezclándose con el susurro de las alas de las mariposas y el murmullo de las hojas en los árboles. Y todo el tiempo, las lunas colgaban en el cielo, su luz se movía y cambiaba con los movimientos de las mujeres, como si estuvieran conectadas por hilos invisibles.

A medida que se desarrollaba la escena surrealista, quedó claro que las dos mujeres estaban inextricablemente unidas, dos mitades de un todo. La danza entre ellas parecía representar un juego eterno de dualidad y complementariedad. Y a medida que las mariposas y las lunas continuaban su danza a su alrededor, los movimientos de las mujeres se sincronizaban cada vez más, hasta que se movían como una sola, en perfecto equilibrio entre la calma y el caos, la luz y la oscuridad, el orden y la libertad.

Esta danza mística continuó hasta que las primeras luces del amanecer comenzaron a teñir el horizonte, y en ese momento, las mujeres se fusionaron por última vez, desapareciendo en un destello brillante que iluminó todo el paisaje. Las mariposas y las lunas también desaparecieron, dejando solo el recuerdo de su belleza y la energía de su danza en el aire. El paisaje onírico comenzó a desvanecerse lentamente, como si el sol naciente lo borrara con cada rayo que tocaba la tierra.

En el lugar donde las mujeres habían danzado, ahora crecía un árbol majestuoso, con ramas que se extendían hacia el cielo y raíces que se adentraban profundamente en la tierra. Las hojas del árbol brillaban con los colores de las mariposas que habían llenado el cielo, un recordatorio perenne de la conexión entre las dos mujeres y el equilibrio que habían alcanzado en su danza.

A medida que el mundo de ensueño se desvanecía y la realidad comenzaba a regresar, aquellos que habían presenciado este espectáculo surrealista se despertaron con una sensación de asombro y una apreciación renovada por la belleza y la complejidad de la vida. Las historias de las dos mujeres, las mariposas y las lunas se convirtieron en leyendas, transmitidas de generación en generación, recordándoles a todos la importancia del equilibrio entre la luz y la oscuridad, la calma y el caos, y la conexión profunda que existe entre todas las cosas en este vasto y maravilloso universo.