El cosmo final y recapitulado de Clara Ledesma

De la generación artística de 1940, es singular la pronta liberación de Clara Ledesma una vez cumplido los rigores formativos de la academia en donde se acentuó la destreza de su dibujo y los temas humanos, naturales y paisajísticos tratados con pronunciada copas de color. Obedeciendo a docentes, conocedores y rigurosos de la enseñanza, entre ellos George Hausdorf, Manolo Pascual, Ernesto Lothar, José Gausachs y Celeste Woss y Gil, con estos dos últimos comulga su empatía juvenil, por ser ellos temperamentos abiertos y francos. Woss y Gil cautivaba con su exigente y gentil formalidad de artista maestra, así como por su prestigio de mujer independiente que se elevaba como un arquetipo en su particular condición del género.

Clara Ledesma y Josep Gausachs

Aunque Woss y Gil irradió con su independiente femineidad a Clara Ledesma, de manera indirecta, lo contrario ocurre con el maestro Gausachs que, además de serlo fue un amigo íntimo y liberador de la entonces joven mulata con cuerpo de avispa y espesa cabellera que atraía además por el singular donaire cibaeño y una diáfana voz de murmullo. Ella, al igual que Hernández Ortega, formó parte del taller particular de su principal orientador, convirtiéndose incluso en modelo captado en diversas situaciones, en pequeños trozos de papel, mientras convivían sin tiempo para la creación imaginaria que los conatos de la realidad provocaban. El resultado principal de esta experiencia fue que ella, descubrió el deslinde entre lo real y lo subjetivo, adentrándose en este último plano. Con las liberadas conexiones del taller del maestro, Clara viaja a Europa (1952) en donde las referencias del trópico afloran su nostalgia llena de frescos y en semiabstracciones que se fortalecen directamente con las corrientes vanguardistas, amén del influyente maridaje con el boliviano Walter Terraza con quien retorna al país, como mujer casada.

Considerada la más fecunda y “sobresaliente pintora entre las mujeres”, ella se desborda en un camino de síntesis lingüísticas, lleno de simplicidad lineal de gracia, de estilización, de ritmo y del inusitado rejuego cromático. Las referencias connotativas o simbólicas la ubican en la llanura de lo fantasioso e imaginable, de la interrenabilidad y lo cósmico al que llega ofreciendo sus visionarias señales instintivas, más bien personales.

Peña Defilló ha señalado que Clara Ledesma anticipa, con determinadas obras, el arte sicodélico de la década 1960, produciéndolo en un sueño despierto, carente del estimulante artificial ya que ella solía entrar en un calmado trance en complicidad con el silencio y sobre todo con la noche y con el sentimiento telepático que le permitían transcribir visiones irreales, supraterrenales y consteladas. Estas visiones se multiplican a partir del hallazgo del sujeto sideral, descubierto tal vez por ella antes que la narrativa y el cine lo proyectara masivamente a partir de la memorable película “El Extraterrestre” (ET), de Steven Spielberg.

Personaje Orbitando, dibujo a tinta conocido como “Fragmento”, e incluso Casetas, obras presentadas en la Bienal Nacional del 1963, pueden considerarse “claras” señales de la cosmovisión extraterrestre de Ledesma. En ambas se configura el sujeto que otros magos ancestrales visualizaron, pero que ella plantea como premisa de un universo original que tiene ese personaje dual, masculino y femenino, de cabeza deforme y redonda, grandes ojos, alargado cuello y elástico cuerpo con signos lineales. Este icónico protagonista galáctico, surreal y “ledesmario” es metamorfoseado en espléndidos personajes de un universo donde el cielo, el mar y la tierra conforman estadios de una realidad perteneciente: antillana, caribeña y tropicalísima, realmente ineludible para una pintora de corazón mágico que asume la manía de preludiar con los astros, las aves, las flores y otras especies asociadas a la abundancia de un paraíso en la que se percibe la milagrosa divinidad del creador como mirada y energía fluyendo. En ese paraíso ella se representa en un idilio, la más de las veces levitando sola o acompañada en un jardín celestial de flores y mariposas.

Es indescifrable saber si la pintora Clara Ledesma atrapó lo supraterrenal, o si por el contrario la extraterralidad se apoderó de ella, porque a partir del decenio de 1960 fueron contados los desvíos de un diálogo coherente y dulcificado que se reitera con el paso de los años; ese pasar o envejecimiento ineludible al que se refiere el cantautor Milanés cuando dice: El tiempo pasa/ nos vamos poniendo viejos,/ el amor no lo reflejo, como ayer./ En cada conversación,/ cada beso, cada abrazo,/ se impone siempre un pedazo de razón./ Pasan los años,/ y como cambia lo que yo siento,/ lo que era amor se va volviendo/ otro sentimiento.

En la plenitud de su vida, la artista había establecido un fuerte nexo con los entes fundamentales que transcribía. Y si bien ella redactaba el testimonio documental en esa relación, la escritura era resultado de una interlocución de identidades. Por un lado ella, la artista Shaman con el trance ritual ante la página en blanco, y en otro plano los espíritus comunicantes que la transmitían estados de ánimo y situaciones diversas. Este diálogo se hizo tan poderoso que las cataratas que inundaron los ojos de la receptora, ni la artritis de su pulso impidieron la transmisión telegráfica de los emisores que a veces ella vislumbraba en la penumbra, en el silencio o cuando su cabeza con hebras de plata caía en los brazos de Morfeo y ellos la devolvían al insomnio.

Clara Ledesma. Universo dual, 1978
Clara Ledesma. Universo dual, 1978.
Óleo sobre tela, 152 x 127 cms., Colección: Museo Bellapart

Clara Ledesma llegó a escribir con puño y letra que esos entes del cosmos la visitaban, le hacían señales, solitarios, duplicándose, lúdicos o astrales como pueden ser apreciados en un conjunto de textos sobre papel donde podemos distinguirlos a ella y a ellos. Se trata de un conjunto iconográfico revelador de una artista que lucha con las limitaciones que el paso del tiempo revela a la altura septuagenaria; conjunto que Juan José Mesa fue reuniendo como resultado de su admiración, amistad y frecuentes visitas a la pintora en su apartamento de Nueva York, metrópoli donde se establece desde inicio de los años ´60, y que ahora se exhibe por primera vez en MAM, a propósito de la celebración del VI Salón de Dibujo de Santo Domingo.

Del conjunto, una serie de dibujos en pliegos de diferentes formatos, traducen la comunicación de ellos, los entes cósmicos, los frecuentes sujetos visuales de un amplio discurso que revela sus formas en sí mismos y en multiplicada transformación. Estos entes, aparte de relevarnos sus caracteres intrínsecos, morfológicos y surreales, comunican un estado de retorno primigenio icónicamente apreciado. Los códigos del permanente diálogo de la pintora resultan revisiones de un ciclo donde se lucha por su mantenimiento con una vehemencia que transmite la grafía que remarca las representaciones y, sobre todo la que cubren la especialidad externa a ellas.

En ese último manejo, el recurso escritural no esfuma, no forma un contexto de tinta enteriza, sino un insistente y nervioso abigarramiento del grafiado, por otra parte volcado con desahogo lírico. Este excesivo vigor imponiéndose al pulso inflamado y a sus dependencias maltrechas, resultan una cualidad distintiva de esta serie de íconos dibujísticos.

Si el origen redefine la serie de los reveladores dibujos de Clara Ledesma, donde se perpetúan ellos, los seres extraterrestres, en la otra serie bañada de color aguado, ella premoniza el final al que llega como una heroína de los males que calla con esa encantadora discreción que asumió de por vida. El dibujo a la tinta no ofrece, en obras fechadas entre 1977 y 1998, el encanto de unas doncellas mutantes y primaverales, o en barcarolas rodeadas de peces e insólitas aves de paraíso, todo filigranado con una línea dúctil y en vuelo. Por el contrario esas obras permiten apreciar el abandono y la muerte de esas elementalidades simbólicas como la flor, el pez y el ave que en algunos casos aguijonea cabellera y cuerpo; el cuerpo coronado y cubierto de marchitas flores, de espectrales mariposas. Hablamos de lo que resulta su autorretrato fechado en 1997 como una interiorizada mujer cósmica, redactado como carta visual dos años antes de su muerte física, porque Clara Ledesma sobrevive en los cantos permanentes del mito que creó como artista-mujer y, sobre todo en el legado de su obra visual, diversa, madura y plena.

– Danilo de Los Santos (1943-2018), publicado en, Mirada al Arte, No. 27, 2007.